ACAPULKO TROPIKAL
/Misael Habana de los Santos
Y mira tú qué cosas: ahora resulta que Félix Salgado
Macedonio anda citando a Antonio Machado. Unas líneas fundamentales de
Proverbios y cantares, incluida en el libro Campos de Castilla (1912).
¿Habrá leído y entendido al poeta republicano? ¿Habrá
escuchado y comprendido el mensaje personal y universal de aquel poema nacido
de una derrota íntima y política?
¿Conocerá la obra musical de Joan Manuel Serrat, que sacó los versos de la
biblioteca —de los libros de Machado, de Miguel Hernández o de Walt Whitman— y
los arrojó a la masa que hoy los tararea como éxitos populares?
Más allá de los gustos del folclórico político guerrerense
—muy respetables, por cierto—, pero estos nada tienen que ver con las
expresiones que disfrutan y difunden las izquierdas cultas.
Sus discos, sus películas, su entorno… así lo dicen.
El mismo Félix que hace años prometía “no volver a ser
candidato” —mientras soñaba con serlo otra vez— hoy sube a sus redes una imagen
con la frase: “Caminante, no hay camino…”, como si creyera que los versos del
poeta andaluz, de alma republicana y corazón herido, pudieran redimirlo de su
eterno peregrinar por el poder.
Machado escribió ese poema pensando en el destino del hombre
común, no en los políticos que buscan su propio camino entre los cargos
públicos sin importar lo que se haga para permanecer en el poder.
Pero a Félix parece quedarle cómodo el disfraz del
“caminante”, aunque el camino sin salida lo haya pavimentado él mismo.
Porque su hija —la gobernadora del estado Evelyn Salgado
gobernará hasta 2027, mientras él ronda el palacio estatal soñando con que la
ley de la 4T se ablande lo suficiente para dejarlo pasar y recibir la estafeta.
Sus seguidores le responden, le escriben halagos, le juran
que “volverá”, le dicen que “el toro no se rinde”, que “el pueblo lo espera”.
Halagos pagados, claro está, que cambian al dejar de estar en
la nómina.
Y él, parece encantado, cita a Machado como si el poeta lo
hubiera tenido en mente cuando escribió eso de: “Al andar se hace camino.”
Pero lo que Félix no dice —o no quiere recordar— es el otro
verso, ese que no cabe en su discurso ni en su selfie: “Caminante, no hay
camino, sino estelas en la mar.”
Y esas estelas —esa señal de espuma y agua removida que deja
una embarcación u otro cuerpo en movimiento— no necesariamente se apellidan
Damián, pero en Guerrero las deja la política vieja: espuma, promesas rotas,
consignas de campaña que se disuelven como huellas en el lodo tras la tormenta;
convicciones endebles que no reflejan el ritmo de la nueva batuta nacional: no
mentir, no robar, no traicionar. Y sobre todo, combate frontal al cáncer del
nepotismo nacional.
Los adversarios se ríen, claro, porque conocen el cuento.
Saben que cada vez que el Toro hace un en vivo no solo lanza
un mensaje, sino una consigna que alimenta a sus fieles.
Y si hoy cita a un poeta, con todo su conocimiento de la
poesía, es que la dolencia es profunda.
Porque mientras él se mira en el espejo de Machado, los demás
ya conocen el epílogo de este poema.
O, en este caso, el final de este cuento.
Acapulco, a 15 de octubre de 2025