Yo, Ciudadano
/Gustavo Martínez Castellanos
Acapulco;
Guerrero, a 18 de mayo de 2025
Este es el tercer día del AcaMoto y ni la alcaldesa de
Acapulco ni la gobernadora de Guerrero celebran la derrama económica ni la
ocupación hotelera que el evento propicia.
Es más, ninguna de las dos se ufana de haber contribuido a su
realización ni a su vigencia, lo que es peor, ningún secretario de turismo de
los tres niveles se congratula de su realización ni de su existencia.
Peor aún, los salivosos panegiristas del régimen no hablan
positivamente de él en los términos de siempre: Gracias a la belleza de
Acapulco, a su infraestructura, a la bondad de su gente podemos gozar de este
turismo.
Y por supuesto, nadie, absolutamente nadie agradece que
"El hogar del sol" reciba a tan especiales visitantes.
(Una preguntota: ¿En esto del AcaMoto no "ha girado sus
monárquicas instrucciones" la señora gobernadora? ¿No?, digo, porque todo
el evento es tan caótico que hasta parece organizado por su gobierno.)
En fin, que el AcaMoto es huérfano, no tiene padres ni madres
ni planificadores ni apoyos. Al contrario, cuenta con el repudio de todo mundo.
Nadie parece estar conforme o contento con que se realice. Es un evento
"apestado".
Sin embargo, resulta indudable que es un evento natural y,
quizá, el más honesto de la historia de Acapulco porque es producto de dos
fenómenos innegables.
El primero, es que nace de la compulsión por viajar, pero en
este caso, por viajar en moto. La necesidad de boato, de rentabilizar el ocio,
de conocer y disfrutar otras latitudes es muy natural en la especie humana. El
asunto es moverse, salir, atravesar distancias y recalar en otra geografía. Y
qué mejor geografía que aquella que cuenta con playa, sol, hoteles y oxxos...
Qué mejor enclave que el que posee la infraestructura propia
para rodar: la autopista del sol, las calles de Acapulco, la costera Miguel
Alemán y, especialmente, la Condesa, en donde, en masa, los motociclistas
resultan ser tan incontrolables que pueden hacer lo que se les venga en gana.
Total, es Acapulco, no hay autoridad.
El segundo fenómeno tiene que ver con la cercanía de Acapulco
con la Ciudad de México. Esta cercanía es tan determinante como lo puede ser la
alta salinidad del Mar muerto, porque está encerrado, o la generación de su
propio clima en el lago Michigan debido a su gran tamaño.
Acapulco, así, pertenece a la esfera atmosférica del centro
del país y, por estas fechas, antes de que se suelten los aguaceros míticos que
de vez en vez devastan a Acapulco, los motociclistas se dejan seducir por sus
sentidos de orientación y emigran en masa hacia las cálidas aguas del Pacífico
que más cerca les quedan y que les proporciona todo: autopista, oxxos, la
costera y la laxitud de los tres niveles de gobierno cuando de poner orden se
trata.
Este fenómeno, el AcaMoto, sin embargo ha sido satanizado de
forma injusta, porque propicia desorden, excesos, heridos y muertos. Y digo que
se le juzga injustamente porque ese caos conformado por esos cuatro flagelos es
el mismo que la ciudad padece cada semana , durante todo el año.
Entonces, es validero preguntarse: ¿de qué se escandalizan
las autoridades y la ciudadanía?
Porque si viéramos que Acapulco la mayor parte del año es una
ciudad ordenada, limpia, sin asesinatos y sin excesos, entonces habría razón
para barruntar contra el AcaMoto, para denostarlo.
Pero, no. Los desmanes del AcaMoto son nuestro pan de cada
día y nuestras autoridades nos han orillado a normalizarlos, tan es así, que
Abelina y Evelyn hacen fiestas, jolgorios, globos gigantes y demás circos en
las mismas calles de la ciudad en dónde hay acapulqueños desangrándose o
muriendo sin el más mínimo tipo de auxilio.
Visto lo anterior, es de llamar la atención que esas
burócratas rechacen el AcaMoto porque esa postura denota un profundo escaño de
la contradicción o, mejor sea dicho, de la hipocresía.
Pero contra ese tipo de discurso, quienes pugnamos siempre
por auténticos seguridad y orden, tampoco nada podemos hacer.
Nos leemos en la crónica.