Entre Bukeles y chantajistas: la prensa que avergüenza

Redacción
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Por: Misael Habana de los Santos


AL TANTO GUERRERO/ Acapulco; Guerrero, a 089 de julio de 2025.- Traigo un tema que me brincó desde temprano. Estaba escuchando y leyendo El País —uno de mis diarios preferidos, por cierto, y se los recomiendo— y me topé con un podcast sobre libertad de expresión en América Latina. Uno de esos trabajos bien hechos, con voces informadas, que no te quieren vender la idea de que el mundo es color de rosa ni que todo está bajo control.


El episodio abordaba el caso de El Salvador. Ahí gobierna un señor muy cuestionado, de nombre Nayib Bukele. Para quien no lo tenga en el radar: viene de las filas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, una exguerrilla que después de los Acuerdos de Paz se metió a la política. Bukele empezó como alcalde de un municipio chiquito, luego fue alcalde de San Salvador y de ahí dio el brinco a la presidencia. Y sí, llegó con discurso progresista, pero gobierna con mano de hierro y acciones de ultraderecha.


Ahí está, por ejemplo, la megacárcel para pandilleros, vendida como la gran solución contra la Mara Salvatrucha y compañía. Pero no sólo encerró a los mareros, sino que ha terminado por encerrar al país entero: a la oposición, a los críticos, a los incómodos. En medio de todo eso, hay un periódico que ha dado la pelea: El Faro. Un medio valiente, con crónicas de altísima calidad, con periodistas de verdad, que ha sido perseguido por el régimen de Bukele. El último número, para que se den una idea, tuvo que salir desde Costa Rica porque allá ya no pueden ni imprimir.


¿La razón? Publicaron una entrevista con dos jefes de pandilla que aseguran haber sido liberados por el gobierno como parte de un acuerdo para reducir la violencia. Una bomba periodística. Y claro, no gustó. Lo que revelan ahí no solo habla de negociaciones oscuras, sino de violaciones a derechos humanos avaladas desde el poder.


Pero bueno, de eso hablaba El País. Y justo cuando andaba reflexionando sobre la importancia de la prensa libre, me entero de lo que pasó aquí nomás, en Iguala. Resulta que el presidente municipal, Erik Catalán, del Partido Verde —sí, del Verde, ese partido que es más bien un negocio familiar disfrazado de ecologismo—, denunció a dos comunicadores por extorsión. Y digo “comunicadores” porque periodista es otra cosa. Periodista es el que estudia, el que investiga, el que se forma con ética, el que tiene oficio. No el que abre una página en Facebook para vender notas al mejor postor.


A estos dos los acusan de chantaje, los grabaron, los denunciaron y ahora están enfrentando un proceso legal. Ya veremos qué dice la Fiscalía. No se trata aquí de defender al alcalde. El sabrá lo que tiene que hacer. Pero tampoco se debe defender de oficio a quienes usan la comunicación para extorsionar, amedrentar o ensuciar.


Porque hay que decirlo con todas sus letras: en Guerrero y en muchas partes del país, existe un seudoperiodismo que vive de eso. Páginas infectas, anónimas, que se dedican a tirar lodo, a vender espacios, a cobrar por callar o por destruir reputaciones. Y eso existe porque hay políticos corruptos que lo pagan. En vez de gobernar bien, financian campañas de mierda digital. ¿Y luego? Se quejan cuando los llaman “gobiernos basura”.


Lo grave es que eso ha contaminado buena parte de lo que hoy se conoce como “comunidad periodística”. Salvo honrosas excepciones, muchos están metidos en esa lógica: cobrar por cubrir una nota, por asistir a un evento, por sacar una entrevista. No es un convenio institucional: es una tarifa por hablar bien, o por guardar silencio.


Y cuando uno señala estas cosas, luego vienen a decir que uno “defiende intereses”. Pues no. Aquí lo único que defendemos es la verdad que podemos probar con documentos y otros elementos. Y si nos equivocamos, también lo vamos a decir con documentos. No necesitamos padrinos ni sobres amarillos.


Lo que está mal es que haya sindicatos que salgan a defender a presuntos extorsionadores. Que los abracen como si fueran mártires de la libertad de expresión. ¿Desde cuándo los sindicatos defienden a quienes manchan el oficio? ¿Desde cuándo el Fondo de Apoyo a Periodistas se volvió refugio para vividores?


¿Quién va a poner un alto? Usted. Usted que escucha, que lee, que navega por redes sociales. No se deje engañar. Siga medios serios. Lea con criterio. No es tan difícil: vea quién firma, vea cómo escribe, vea si lo que dice se sostiene o es puro refrito con adjetivos.


Tenemos que construir otra manera de leer. Otra manera de informar. Otra manera de ser audiencia. Porque el periodismo no puede seguir cayendo en este hoyo negro de gritos, groserías y mentiras. No todo el que grita en redes es periodista. No todo el que se encuera por likes es comunicador. Y eso, desgraciadamente, abunda en Guerrero.


Así que cuidado. Porque si queremos otra sociedad, otro país, otro futuro, el periodismo también tiene que cambiar. Y para eso necesitamos ética. De este lado y del suyo.


Así están las cosas: mientras unos arriesgan la vida por contar la verdad —como en El Faro—, aquí seguimos viendo cómo se prostituye el oficio, cómo se truecan principios por publicidad, y cómo se premia al gritón y se calla al que investiga. No se trata de condenar a todos, pero sí de dejar claro que no todo el que tiene un teléfono y graba en vivo es periodista. Ni todo el que se dice “comunicador” comunica algo que valga la pena.


Porque cuando el micrófono se convierte en amenaza y la cámara en chantaje, lo que tenemos ya no es prensa: es un circo. Uno peligroso. Y cada quien, desde su trinchera —usted leyendo, nosotros escribiendo—, tendrá que decidir si quiere seguir pagando la entrada. 

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