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Obra pictórica de Areli Eunice |
/Areli Eunice
Narrativas sobre la maternidad se salpican de ciencia,
biologicismo, moral, usos y costumbres, religión.
Cada época, en diferentes lares, tiene formas distintas de
enfocar la maternidad como una pulsión ineludible de la especie. La pulsión
primaria de la sexualidad culmina en la maternidad, porque el sexo no es un
juego, es una forma de preservar las especies.
Desde Charles Darwin con su teoría de la evolución; Desde
Desmond Morris (zoólogo, antropólogo y pintor inglés) en el ámbito
sociobiológico, la maternidad se presenta como una función que va más allá del
deseo, del deber ser, de las creencias donde el macho participa poco.
La madre, entonces, es un ser social envuelto en narrativas
que van desde lo naturista, hasta lo mítico, lo místico, lo poético, lo
trágico, lo grandioso. Ahí tenemos la maternidad de Medea quien entrega los
cadáveres de sus hijos al hombre que cambia de pareja; Ahí está Yocasta y el
incesto con Edipo; Ahí tenemos a la madre llena de gracia, María. Pero…no todas
las madres están cubiertas de gracia ni surgieron como madres porque eligieron
serlo.
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Aquello de “parirás con dolor” ha cambiado gracias a la
ciencia aun cuando no deje de ser un acto impactante en el cuerpo de mujer que
nos tocó habitar.
No solo se es madre por parir, en el mundo de los constructos
sociológicos ser madre implica, hoy por hoy, más responsabilidades que las de
amamantar, crecer y apapachar a los críos. Hoy es mucho más complejo y siempre,
siempre, nos vamos a encontrar -las que somos madres- con el reclamo de que
algo hicimos mal, porque ello nos muestra que las alas de los cuervitos ya
están fuertes y pueden vivir sin nosotras. Obvio hay críos que tienen 50 años o
70 y siguen atados a la chichi cósmica, física o emocionalmente.
En la cultura mexicana estamos rodeados de madres que van
desde las abuelas, las tías, las esposas las hijas. Muchas de ellas como figura
femenina son asexuadas -como lo señala Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad-
y tienen la aureola de santas y respetables.
No puedo negar que la maternidad, en mi país, tiene mucho de
sacrificio, visceralidad y de cursilería que surge llena de gracia y melcocha
el 10 de mayo donde, ríos de hijos agradecidos llevan a comer o a desayunar a
la santa madrecita, aun cuando la hayan tenido olvidada todo el año.
A mí me encantan las madres que no renuncian a sí mismas, que
tienen toda la oxitocina necesaria para la crianza pero que no dejan de ser
ellas mismas con sus sueños y que, cuando los hijos se van, son felices y no
dramatizan con eso del nido vacío. No me gustan las madres que dejan a su
“bendición” con la abuela o la hermana; tampoco me agradan esas madres que
manipulan y explotan a los hijos, porque “ellas sacrificaron su juventud” para
que triunfara el chamaco.
La historia de cada mujer- madre, madre- mujer es distinta y
surge de su contexto. Mas no dejo de maravillarme cuando veo noticias
científicas que muestran cuando el espermatozoide es elegido por el ovulo para
dejarlo entrar y cuando la concepción se da y surge una luz en las
profundidades del útero. Entonces, pienso y sé que, aun sin ser creyente, la
vida busca caminos, las mujeres que hemos sido madres somos uno de ellos.
Acapulco; Guerrero, a 10 de mayo de 2025