Crítica que no destruye, no sirve

Redacción
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Por: Misael Habana de los Santos

Al Tanto Guerrero/ Acapulco, Guerrero, a 21 de julio de 2025.- Muy interesante lo que dejó el fin de semana. Desde el centro del país llegaron los ecos del Consejo Nacional de Morena, mientras acá, en Acapulco, nos visitaban la presidenta Claudia Sheinbaum y la gobernadora Evelyn Salgado. El primer vínculo entre ambos escenarios lo hizo la presidenta Sheinbaum mismo, cuando declaró: “Acapulco está mejor que antes de Otis”. Bueno, pues vamos por partes.

Yo sostengo —como algún teórico medio loco pero certero— que la crítica, para ser buena, tiene que ser destructiva. Si no rompe algo, si no incomoda, si no sacude, no sirve de nada. Porque la crítica no es adorno, ni trámite: es herramienta, es machete, es bisturí. Y, como tal, duele.

Y es necesaria. En cualquier proceso: personal, colectivo, social, partidista. La crítica es el aceite del motor, aunque muchos prefieran el óxido del silencio. Incluso el marxismo clásico —ese del que alguna vez se nutrió, al menos en el discurso, la izquierda que hoy gobierna— le da un lugar central a la crítica como palanca para mover la historia. Pero claro, no toda crítica es igual. Hay que distinguir.

Una cosa es la crítica de la derecha, esa que viene con rencor de exiliado, con la nostalgia del presupuesto perdido, con el objetivo clarísimo de volver al poder. Y otra, muy distinta, es la crítica que viene desde dentro: la que nace en los militantes, en los simpatizantes, en los que creyeron y siguen creyendo que esto podía ser distinto. La primera quiere tumbar; la segunda, enderezar.

Y no tienen el mismo peso. Porque la crítica que nace desde dentro no busca quitar, sino corregir. Y lo hace en nombre de los principios fundacionales: no mentir, no robar, no traicionar. Así de sencillo. Así de olvidado.

Lo que pasó en el Consejo Nacional de Morena es un ejemplo claro de esa ambigüedad. Por un lado, se aplaude el jalón de orejas de la presidenta del partido, que habló con claridad: que no se debe encubrir, que hay que denunciar. Y por el otro, se le da foro a Adán Augusto López, y hasta le gritan “¡No estás solo! ¡No estás solo!”, cuando ni siquiera sabemos bien a bien qué hay detrás del caso que lo salpica.

Yo no estoy acusando a nadie. Pero sí exijo, como cualquier ciudadano, que haya una investigación seria. Que la Fiscalía haga su trabajo y determine si hay o no responsabilidad, si hay o no vínculos con su exsecretario de Seguridad Pública, ese que está acusado de narcotráfico, tráfico de personas y otros delitos nada menores. Porque mientras eso no se aclare, no se vale salir a respaldarlo con porras. No se vale.

Ahora bien, vayamos a los acuerdos.

El Consejo Nacional de Morena no fue sólo regaño. Se tomaron decisiones. Por ejemplo: se aprobó un acuerdo de unidad interna, como esos que sirven para tapar las fugas con discursos, pero no siempre con hechos. También se ratificó el compromiso de no permitir candidaturas a personajes con antecedentes de corrupción, aunque en la práctica muchos se siguen colando con padrinos. Se dijo que se revisarán perfiles rumbo a 2027 con “estricto apego a los principios del partido”, lo cual suena bien… hasta que se ve a quiénes ya se andan candidateando.

Y se acordó, también, reforzar la estructura territorial, armar comités, apretar la operación en los estados. Todo muy bien. Pero si no se corrige la arrogancia del poder local, si no se corta la red de los que gobiernan con la vieja escuela del dedazo, del acarreo, del “aquí no pasa nada”, de poco sirve el papel membretado.

La autocrítica no es un capricho de los adversarios. Es una necesidad si se quiere avanzar. Y también creo que, de cara a las elecciones que vienen, Morena debería escuchar con atención las voces que están pidiendo piso parejo. Porque lo que se ve en Guerrero —con campañas adelantadas, con recursos públicos disfrazados de “programas”— no ayuda. Al contrario: daña. Y mucho.

Yo no sé cuánto haya dañado ya eso la imagen de Morena entre su base. Lo que sí sé es que, pese a todo, la gente sigue viendo a Morena como la alternativa. Pero no necesariamente con los mismos de siempre. Esa es la diferencia.

Porque lo que se está reclamando no es el fin del proyecto, sino su limpieza. No es tirar la casa, sino sacar a los que la están ensuciando: los corruptos, los nepotistas, los que siguen operando como en los tiempos del PRI.

No se puede gobernar a punta de porras. Las porras no construyen popularidad, sólo la maquillan. Y los acarreados no son pueblo, son nómina.

La popularidad se mide en obras, en servicios, en acciones concretas. No en aplausos comprados ni en giras llenas de matracas.

Por eso insisto: cuando el presidente dice que “Acapulco es otro después de Otis”, habría que preguntarle: ¿a qué Acapulco se refiere? ¿Al Acapulco de los empresarios turísticos, que ya se reconstruyó y hace negocio otra vez? ¿O al Acapulco de los cerros, de las colonias sin techo, del lodo seco y las calles rotas?

Porque sí, hay un Acapulco que ya se levantó. Pero no es el de la mayoría. Es el de siempre: el de los que siempre ganan. Hoteleros, restauranteros, los que venden comida cara y hospedaje a crédito. Ellos van bien, gracias.

¿Y el pueblo? ¿Qué ganó? ¿Una despensa? ¿Una cubeta de pintura?

Por eso insisto: la crítica es urgente. Y más aún, la autocrítica. Que cada estructura de poder se vea al espejo. Porque si lo hacen, no van a salir bien parados.

Acapulco; a 21 de julio de 2025

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