Gustavo Martínez
Castellanos
Yo, ciudadano
La última visita de la presidenta
al puerto de Acapulco fue un muestrario de que el presidencialismo en México
está más vivo que nunca y que parece que va a crecer a niveles vergonzantes.
El presidencialismo es una
manifestación en la política en la que las instituciones, quienes las dirigen y
la gente en general le rinde culto a la figura del presidente tal y como si
éste fuera un monarca: hay genuflexiones, besamanos, loas, bailables y todo un
carnaval de muestras de rendición de la voluntad propia a los pies del
mandatario.
En esta visita del viernes 22 de
agosto vimos todo eso y más: un joven nativo se arrojó al mar, nadó hacia el
catamarán en el que se encontraba la presidenta y pidió hablar con ella.
Lo que siguió demuestra que el
presidencialismo está en su cúspide: la presidenta se acercó a la baranda del
barco y dialogó con el espontáneo.
¿Por qué esto es importante? Lo diré al final.
La visita fue marcada por vivas y
abucheos. Pero no como esas manifestaciones nacidas de las entrañas del pueblo,
de la gente, sino coordinadas por un burócrata de la 4T: el delegado estatal de
la Secretaría del Bienestar en Guerrero.
Este personaje, que ya había sido
señalado por haber realizado una boda ostentosa y por su pésimo papel en la
coordinación de los apoyos en esta temporada de lluvias, es protegido de Félix
Salgado Macedonio.
En este evento, dirigió los vítores,
panegíricos y serafines en apoyo a su padrino político, el senador oriundo de
Tierra caliente y padre de la actual gobernadora.
Por otro lado, orquestó los abucheos hacia la alcaldesa Abelina López cuando fue mencionada como miembro de la gira presidencial en este puerto.
Lo remarcable no radica en que un
burócrata "quedabien" haga tales desfiguros para agradar a su patrón
político, sino que, en el entorno del evento, nadie, ningún miembro del equipo
de la presidenta, le haya llamado la atención como Andrés Manuel solía hacerlo
bajo la consigna de que en la 4T todo mundo merecía respeto.
Lo más resaltable de esto es que
parece ser que en el segundo piso de la 4T a nadie le parezca inadecuado, por
decir lo menos, que entre miembros del mismo partido se exhiban de forma tan
ostentosa las filias y las fobias de los grupos en un evento en el que
participa el presidente.
Y más lamentable aún resulta el hecho de que, aparte de atestiguar la puesta de manifiesto de las preferencias y los repudios políticos internos, la presidenta ahí presente no haya hecho un llamado al orden, cuando menos.
Pero, ¿por qué hacerlo?, si
incluso Abelina López, alcaldesa de Acapulco, se rebajó a sí misma al besar la
mano de la presidenta.
Y es en ese punto en el que podríamos
decir que la presidenta ya perdió el piso: parece ser que le gusta eso del
culto a su persona, parece ser que lo disfruta de forma por demás intensa y
parece ser que, con su silencio, lo aprueba tal vez buscando que ese culto
crezca y se vuelva una forma normal del protocolo y una forma cotidiana de
recibirla y de tratarla: como a una reina.
Visto de esta manera, el salto al
mar de aquel nativo no fue sino otra forma de decirle a Sheinbaum que no sólo
puede ser la primera presidenta de México sino su primera monarca sexenal, así
como lo fueron los omnipotentes mandatarios priistas quienes cuando preguntaban
¿Qué horas son?, cualquiera de sus secretarios le respondía "Las que usted
ordene, señor presidente".
Expuesto lo anterior, incluido el salivoso ahijado de Félix, ¿alguien puede creer que el salto al mar del esforzado acapulqueño fue un acto de espontaneidad?
Por supuesto que nadie, ese salto
al vacío fue un número más del morenismo guerrerense para halagar, alabar,
rendir pleitesía y culto al máximo poder mexicano de visita en Acapulco.
Porque las cosas pudieron ser muy
distintas en esa gira en este puerto.
La presidenta pudo haber
advertido a los caciques morenistas locales que no quería presenciar desfiguros
ni pleitos locales y, además, que cualquier ciudadano que tuviera alguna
petición lo hiciera republicanamente pidiendo audiencia ya que ella siempre está
dispuesta a recibir a cualquier ciudadano.
Pero, en lugar de eso, alguien
decidió que sería más vistoso un acto "heroico" tal como arrojarse al
mar y nadar hacia el barco.
Lo triste de esto es que la
presidenta Claudia Sheinbaum aceptó el "homenaje" y con eso sentó un
lastimoso precedente: de ahora en adelante, cada ciudadano que necesite ser
escuchado por su presidenta, ¿deberá realizar un acto "heroico" ante
ella?
¿Será necesario hacerle
genuflexiones?, ¿besar su mano?, ¿loar su nombre?
Para pensarse, porque el pueblo
mexicano ya rechazó tres monarquías: la de Iturbide, la de Maximiliano y la del
PRI.
El pueblo mexicano no sabe, no
quiere ser súbdito de nadie.
Con Claudia Sheinbaum, ¿tendremos
que volver a aquellos triste ayeres?
Nos leemos en la crónica.