Yo, ciudadano
/Gustavo Martínez Castellanos
Ya sea por tradición o por marketing turístico el acapulqueño
siempre se arrojará al agua.
Es tanta así su
proclividad por el vacío que dejarse abrazar por él parece ser que ya está en
su ADN.
Desde los clavadistas de La quebrada hasta los consumidores
del boongie, pasando por la bailarina de danzas regionales que cayó al mar a un
lado de un buque de guerra japonés, el agua jala al acapulqueño.
O las monedas, como en el muelle del malecón.
Este destino, el de caer, quedó de manifiesto en la última
visita de la presidenta Sheinbaum a Acapulco cuando un acapulqueño, como buen
espontáneo en un ruedo en una tarde taurina, se echó un clavado al mar desde el
muelle del malecón (sin monedas de por medio) y nadó hasta el catamarán que el
gobierno federal acondicionó como transporte de pasajeros para "recuperar
Acapulco" y, una vez cerca de la nave, como aquellos buzos que piden
monedas, gritó para pedir que lo escuchara la presidenta y ¡oh, milagro!, la
presidenta lo escuchó.
¿Por qué, 'oh milagro'? Porque existen muchísimos factores
que vuelve a ese acto "heroico" (nada más le faltó enrollarse una
bandera) un imposible.
Factores tales como la música de las bandas que amenizaban el
acto y que actuaban dentro de los protocolos oficiales, las órdenes a alta voz
de la marinería, sus silbatos, sus trajines. El ruido del motor de la nave. El
parloteo de toda esa gente aglutinada en varios compartimentos del catamarán y,
por si fuera poco, los círculos que rodean a la presidenta, es decir, los que
conforman los funcionarios públicos de élite, los invitados especiales, los
miembros de su equipo de trabajo y los miembros de su equipo de seguridad.
Visto así, la presidenta se encuentra siempre en el centro de
una cebolla: la cubren muchas capas formadas por grupos de personas.
¿Cómo sé esto?, la respuesta es fácil, mi padre fue
periodista y yo solía acompañarlo a su trabajo de reportero cargando su
portafolios porque él padecía de una lesión en una pierna producto de un
accidente automovilístico mientras cubría la campaña presidencial de Díaz
Ordaz.
Y luego, yo también fui periodista, aquí, en Acapulco, luego
en CDMX y luego, otra vez aquí, en Acapulco.
El milagro radica en que ella haya querido dejar de lado lo
que estaba haciendo, -atender al protocolo, a sus invitados a gente importante
con problemas también importantes-, y haya querido salir de todos los círculos
que la protegen y procuran y haya querido asomarse al mar exponiéndose sin
protección alguna en la baranda de babor del barco.
Como dice el estandupero "Hasta ahí todo está bien, pero
como que algo no cuadra" porque la nave no estaba atracada en un muelle
militar y, a pesar de que había presencia militar naval, no había presencia de
las fuerzas de seguridad en el muelle, a menos que éstas se encontraran
perfectamente camufladas.
Expuesta la mandataria, escuchó al nativo y le respondió
positivamente a su petición, luego, volvió a ingresar a la vorágine que se
eleva en su entorno y el nativo regresó a nado al muelle no con monedas en el
paladar -que es donde suelen guardarlas- sino con la hostia de la esperanza:
fue escuchado por el supremo poder de este país.
¿Qué le pidió a la señora presidenta? ¿que cese la violencia
que ha ensangrentado nuestro suelo y ha enlutecido miles de hogares
acapulqueños y guerrerenses? ¿Que cese la extorsión que empobrece a miles más?
¿Que cese la inoperancia y la increíble corrupción de los gobiernos estatal y
municipal? ¿Que ponga orden en su partido porque los morenistas de élite hoy
día andan todos como chivos fuera del corral? ¿Pidió que hubiera agua cuando
menos?
No.
Este esforzado nativo dejó pasar la luminosa oportunidad de
ser escuchado por el máximo poder el país en una situación inédita para pedir
por verdaderos reclamos sociales locales como los atrás señalados.
En lugar de pedir cualquiera de esas apremiantes exigencias
pidió áreas verdes.
Sí, áreas verdes.
Específicamente, áreas verdes en un parque.
Y la presidenta no sólo lo escuchó, sino que le respondió de
manera positiva: Sí, sí se los concederé.
¿Se imaginan si ese costeño hubiera pedido todo lo que arriba
señalo como importante?
¿Se imaginan que la presidenta hubiera dicho Sí, a todo?
¿No hubiera sido entonces esa hazaña de ese nativo un
verdadero acto heroico, pues hubiera tenido que armarse de mucho valor para
encarar al máximo poder del país para decirle que no está cumpliendo con su
verdadero cometido como autoridad: velar por la vida y por el bienestar de los
mexicanos y por la vigilancia del estricto orden en la función pública?
Pedir eso hubiera marcado un hito en nuestra historia.
Pero no pidió eso, pidió áreas verdes.
Y es aquí donde las cosas "no cuadran".
¿Y si todo fue un montaje?
¿Un acto propagandístico?
¿Un empujoncito para mejorar la imagen de este gobierno tan
desprestigiado y ensuciado por sus propios miembros y los de su partido?
Armar un espectáculo así no es nuevo, todos los gobiernos lo
hacen en todo el mundo: soltar palomas, besar bebés, abrazar ancianitas pobres
(si tienen rasgos indígenas, mejor), sonreír junto a las mujeres con trajes
típicos (si son ancianitas y niñas, mejor).
No tiene nada de malo, para eso pagamos impuestos, para que
nuestros gobiernos nos exhiban felices y contentos aunque sea de mentiras y efímeramente
y junto al mandatario en turno.
Lo malo de esto es que muchos acapulqueños se creyeron la
escena y hasta publicaron en redes sociales que el nativo de marras era un
héroe, específicamente, un "héroe sin capa".
La ingenuidad acapulqueña enriquece nuestra miseria pues con
placebos, triquiñuelas y montajes se nos apacigua, se nos controla y hasta se
nos tiene contentos.
Exultantes.
Mientras tanto, la ciudad se cae a pedazos, las muertes no
cesan y nadie se siente seguro ni en su propia casa.
¿Pero qué le vamos a hacer? Ya es parte de nuestro ADN
arrojarnos al vacío y abrazarnos a él.
Nos leemos en la crónica.
Acapulco; Guerrero, a 25 de agosto de 2025